miércoles, 2 de septiembre de 2020

El muchacho, el pirata y la vaca. Luis María Pescetti (del libro "El pulpo esta crudo)

 Tengo una panadería, una de las cinco que hay en San Jorge. Estoy todo el día en el mostrador, inclusive los domingos. Hará un año pasó una vaca con delantal por la vereda de enfrente, iba callada, tranquila. Después escuché que una señora le contaba a otra que en la escuela habían nombrado a una vaca como directora. Desde entonces la vi pasar todas las mañanas. No sé por qué, pero me gustaba verla pasar, o me llamaba la atención. Me intrigaba saber cómo era, pero sólo alguna vez entró a comprar algo para acompañar su desayuño en el colegio. Muy tímida en su manera de saludar y hacer el pedido, como cuando uno quiere pasar inadvertido; supongo que le daba vergüenza ser vaca. Yo me esforzaba en ser muy amable con ella, para que se sintiera bien, y me ponía muy incómodo cuando algún cliente la miraba como a un bicho raro. Todo lo que supe de ella fue por los comentarios de la gente, así al pasar. Trataba de preguntar lo menos posible porque no quería que empezaran a decir que andaba haciendo averiguaciones sobre ella, los pueblos son difíciles en ese sentido. Héctor, un muchacho que vivía a la vuelta de casa, atendía el kiosco de la escuela y como ahí venden facturas que hago yo, cuando venía a buscarlas siempre comentábamos cosas de la escuela. Sin darme cuenta me empezó a gustar que me contara de ella, parece que era muy buena directora, no andaba a los gritos, le gustaba acercarse a conversar con los chicos. Me contó que al principio a las maestras les reventó tener una vaca como directora, pero ella hizo como que no se daba cuenta, no le dio importancia y poco a poco se las fue ganando, después ya la respetaban mucho. Es que tenía un modo muy especial de tratar a la gente, por ejemplo, yo me acuerdo una vez que me equivoqué al sumar y le estaba cobrando de más, le pedí disculpas por el error y me dijo “No, por favor, usted está todo el día acá, alguna vez se le tienen que mezclar los números”. Me lo dijo de una manera que yo sentí que era tan natural que uno a veces se equivoque. Un día Héctor vino muy contento; a la escuela había llegado un tipo macanudo, que había sido pirata. A mí no me gustó eso, no sé por qué, pero de entrada le desconfié. Al otro día lo mismo, que el pirata se había anotado para aprender a leer y escribir, pero que no hacía nada porque era un vago fenomenal, que se la pasaba todo el día charlando con todo el mundo en vez de estudiar. Me lo contaba como una gracia, pero yo lo escuchaba serio. Todos los días se caía con una anécdota nueva, el pirata había viajado por todo el mundo, conocía no sé cuántos países, había tenido aventuras impresionantes. -¡Sí, pero no estudia un comino! (dije una vez). -No seas amargado, Luis, ¿sabés cómo lo quieren los chicos? En los recreos se arman unas rondas enormes y él se pone a contar historias. ¡Es genial, no me digas que no! ¡Hasta la directora está chocha con él! Eso era lo peor que me podía haber contado; me acuerdo que unos días después el pirata vino a comprar pan y lo atendí de muy mala manera. Lo que estaba sucediendo me gustaba cada vez menos; el pirata era muy querido por todos, en los recreos conseguía una guitarra y se ponía a cantar con los chicos, sabía trucos de magia que nadie podía descubrir, pasaba horas charlando en el escritorio de la vaca. A Héctor le parecía un tipo genial; un día me confesó: -Sabés, tengo ganas de irme a viajar con él. – Estás loco (le dije). ¡Mirá si vas a dejar tu casa y tu trabajo! -…(levantó los hombros, como si nada de eso importara). Ya era comentario entre la gente que venía a comprar el pan: “La vaca se la pasa todo el día hablando con el pirata ése”. Una madrugada encontré una nota debajo de la puerta: Luis, me voy con el pirata. No me aguanto seguir trabajando en este pueblo. Dejé una carta en casa, convencélos a los viejos de que no se preocupen, yo voy a estar bien y les voy a mandar noticias. Un abrazo fuerte. Chau Luis. Héctor. La leí como seis veces, no lo podía creer. Abrí la panadería, y cuando estaba levantando la cortina me vino un presentimiento, el de que la vaca se había ido con ellos. Así era; esa mañana no pasó y al mediodía en todo el pueblo ya se comentaba “ese escándalo vergonzoso para una directora, por más vaca que fuera”. Una señora dijo: -Abandonó el cargo, tendría que ir presa. Yo sentía que tanta indignación no se debía al abandono del cargo, por más que se hablara de eso; a la gente le molestaba otra cosa (yo digo “a la gente”, quizás a mí también). Ellos se habían ido a vivir su aventura, y nosotros seguíamos aquí. A la semana recibí una carta de Héctor en la que me contaba que cuando la vaca vio que se iban se puso a llorar y les pidió irse con ellos, le dijo al pirata que estaba enamorada de él, que no iba a aguantar si se iba. Tomaron el ómnibus de las dos de la mañana hacia Rosario; pero la carta ya tenía el sello del correo de Córdoba. Así fue pasando el tiempo, yo les mostraba a los padres de Héctor las cartas que me llegaban y ellos hacían lo mismo. Cada tanto cenaba con ellos y pasábamos todo el tiempo comentando las noticias que nos llegaban. Por lo demás, yo seguía en mi eterno mostrador, como a la orilla de un río de barro. El pueblo me parecía vacío. Un día vino el papá a mostrarme un diario con una nota escrita por Héctor y la vaca, se ve que se ganaban unos pesos escribiendo artículos en los que contaban sus viajes. De ahí en más un poco por las cartas, que cada vez llegaban más espaciadas, otro poco por las notas en los diarios, iba enterándome de sus cosas. Pero poco a poco se me fueron yendo las ganas de leer sus artículos, a veces hasta dejaba las cartas sin abrir, no quería enterarme de nada; así pasaron más de cinco meses. Hace quince días, más o menos, vino la mamá a avisarme que Héctor había vuelto. Lo primero que se me cruzó fue que la vaca también había regresado, me sorprendió pensar eso. Inmediatamente cerré la panadería y fui a saludarlo; estuvimos hasta las tres de la mañana tomando mate y conversando. Hacía más de tres meses el pirata se había enamorado de una mujer y se había ido con ella. Eso a la vaca la tuvo muy mal bastante tiempo, pero consiguió abrir una escuela en un pueblo chico, Trevelin, a veinte Kilómetros de Esquel, y así se ayudó a salir adelante. La semana pasada le escribí. Ni bien me conteste cierro la panadería y me voy; Héctor me dijo que se iba a poner muy contenta. Tengo muchas ganas de hacer ese viaje. Me da miedo salir de este pequeño lugar que conozco tan bien, pero ya no quiero ser los que se quedan imaginando el mundo, quiero verlo

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