Hoy, en el vivo de Instagram de nuestra biblioteca, leímos los primeros capítulos de esta novela de suspenso y misterio del escritor Sergio Aguirre ¿Cómo seguirá?
Cuando volvamos a clases no te olvides de pasar a buscarla por la biblioteca. Yo te avisé!😉
Empieza asi:
–¡Es una bruja!
La señora Pinkerton susurró esas palabras
al oído de su hijo, que en ese momento se ha-
llaba sentado en uno de los elegantes sillones
de la casa de su madre, en los suburbios de
Oxford.
Edmund, su único hijo, nunca la había vis-
to tan alterada. La anciana iba nerviosamente
de una punta a la otra, y cada tanto daba gol-
pes en el suelo con el bastón de una manera
que había comenzado a fastidiar a Picasso, su
gato; un ejemplar negro y rechoncho, con un
humor tan agrio como el de su dueña.
La señora Pinkerton era conocida por su
arrogancia y su pésimo carácter. Nadie le gus-
taba y en nadie, decía, se podía confiar. Así
era ella.
Sin embargo, Edmund notaba que en esta
ocasión algo más estaba sucediendo.
Su madre jamás lo había recibido con el
aspecto desalentador que mostraba esa tarde:
sus blancos cabellos recogidos con descuido, el
rostro sin maquillaje, y cubierta con su viejo
salto de cama verde, como si recién se hubiera
levantado.
–Una bruja verdadera –continuó la señora
Pinkerton–. ¡Y vive al lado de mi casa!
Terminó la frase con un enérgico golpe de
bastón y fue hasta el otro extremo de la sala
para volver mirando fijamente a Edmund con
sus ojos severos:
–¿No vas a decir nada?
Edmund no abrió la boca.
Oírla decir que la señorita Larden, la mu-
jer que se había mudado a la casa de al lado,
era una bruja verdadera, lo dejaba sin palabras.
¿Por qué decía “verdadera”? Su madre podía
ser orgullosa, intolerante, desconfiada, pero
siempre había sido una mujer repleta de senti-
do común. Nunca había creído en brujas. No
podía estar hablando en serio…
–¿No me crees, verdad? –preguntó ella,
como si le adivinara los pensamientos.
Edmund carraspeó y se acomodó en su
asiento. Tenía que responder algo, pero nosabía qué. ¿Acaso su madre estaba perdiendo
la razón?
Entonces ella continuó:
–Y ahora estás pensando que me he vuelto
loca. Lo veo en tu mirada. No me lo vas a de-
cir, pero es lo que estás pensando. Eres igual
que tu padre…
Edmund decidió hablar con el mismo tono
sereno que empleaba con sus alumnos de la
universidad cuando se ponían difíciles:
–En todo caso me gustaría saber por qué
afirmas que la señorita Larden es una bruja,
madre.
–Lo sé porque la conocí. Fue hace muchos
años…
La señora Pinkerton dio unos pasos y se
hundió en su sillón, como si de pronto se le
hubieran agotado las fuerzas. Cerró los ojos, y
volvió a abrirlos, antes de decir:
–Yo sé quién es. Y sé lo que hizo.
Entonces Edmund, por primera vez, vio el
miedo en los ojos de su madre.
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