"Angelito" María Elena Walsh
Había una vez un angelito que vivía en el cielo
sin hacer nada, feliz entre los otros ángeles. Algunas veces tocaba el arpa y
otras cantaba una canción que decía así:
Un angelito canta y vuela.
No hace mandados
ni va a la escuela.
Nadie lo reta, nadie le pega, anda descalzo, juega que
juega.
Una vez San Pedro lo llamó: –¡Angelito! –Mande –le contestó el ángel.
–Andamos con problemas allá en la Tierra –le dijo San Pedro.
–No me diga, San.
–Así es; ven, mira. San Pedro lo llevó hasta su balcón de nube, donde se veía
la Tierra como una manzana acaramelada toda cubierta de maíz tostado.
–Allá hay
un chico que nos está dando mucho dolor de halo, un tal Juancito.
–No me diga,
San –le contestó Angelito, distraído.
–Travieso, el muchacho –siguió San Pedro,
jugando con las llaves para descargar su preocupación–. Ya van cuatro ángeles
de la guarda que nos gasta. Ninguno puede con él.
–¿Quiere que pruebe yo, don
San Pedro?
–Y, ya que estás aquí sin hacer nada...
–Ya me estoy yendo...
–Espera; no seas tan atropellado. Es una misión peligrosa. Mira que ese chico
nos ha devuelto a un custodio con las alas rotas, a otro con tres chichones y
al Rafaelito con un ojo negro. Angelito silba, impresionado.
–Claro que el
chico no sabía que eran ángeles, pero qué le vamos a hacer, ese es nuestro
secreto. –Así es, San, no debemos decir nada –le dijo Angelito, que se moría
por contarle a todo el mundo que era ángel.
–Vamos a intentar contigo –siguió
San Pedro–. En primer lugar no vas a ir a la Tierra volando, como todos, sino
en plato volador, que es más rápido y seguro. Angelito se puso a saltar de
entusiasmo. –Espera, Angelito, no seas tan atropellado... Angelito salió
corriendo, trepó a la cabina y... –10... 9... 8... 7...
–Espera, Angelito, que
no te di las instrucciones ...
–A la orden, mi comandante.
–Primero, vas a ir
disfrazado. San Pedro le plegó las alas y después lo vistió con una camiseta,
un pantaloncito y unas zapatillas rotosas. También le dio una maletita con un
guardapolvo y los útiles de la escuela. Ah, y una pelota de fútbol, claro.
–¿Y
qué hacemos con el halo, don San Pedro? –Cierto, brilla mucho... Por el halo te
conocerán. Vamos a esconderlo adentro de la pelota. San Pedro la descosió,
guardó el halo adentro y volvió a cerrarla.
–Bueno, me voy. 6... 5... 4...
–Espera, Angelito, no seas tan atropellado... Todavía no te di las señas del
chico que tienes que custodiar. San Pedro le tendió un papel y esta vez sí
Angelito trepó a su plato volador y... –4... 3... 2... 1... ¡Cero !... ¡Hasta
la vuelta, don San Pedro!
Juancito andaba por el campo, solo como siempre,
triste y sin amigos. Había faltado a la escuela y se aburría. Tenía ganas de
jugar con alguien. De pronto le pareció oír un zumbido, allá arriba... Quizás
un avión... pero no. No vio nada por el cielo. Ni nube ni pájaro ni máquina.
Angelito aterrizó muy despacio, escondiendo su OVNI tras un árbol, cosa
bastante inútil pues el artefacto era completamente invisible. Se acercó a
Juan, jugando con la pelota y silbando distraído. Juan lo miró con
desconfianza.
–¿De dónde has salido? –le preguntó.
–De por ahí nomás.
–Dame esa
pelota.
–No –le dijo Angelito–; tengo que ir a la escuela.
–No; mejor quédate
aquí y juguemos –le contestó Juan.
–No; primero te acompaño a la escuela. Y ahí
nomás Juan lo atacó para robarle la pelota. El ángel no la soltaba. Juancito le
pegaba y él, como era ángel, se dejaba pegar hasta que se cansó y dominó a su
contrincante con un buen pase de yudo. Juan se quedó quieto, enfurruñado y
lloriqueando. Angelito le tendió la mano:
–¿Somos amigos? Juan no contestó. Al
día siguiente fueron a la escuela juntos; Angelito comprobó que era cierto lo
que le dijeran en el cielo. Juan pasaba la mañana molestando, chillando,
haciendo borrones, arrojando tiza, tirándole del pelo a las niñas, rompiendo
cuadernos y dibujando monigotes con cola y cuernos que, desgraciadamente,
causaban mucha gracia a sus compañeros. Angelito le daba consejos y hasta
trataba de sujetarle las manos. Inútil. Una tarde lo llevó a pasear al campo y
allí trató de sermonearlo: que tenía que portarse bien, y que patatín y que
patatán. Juancito se tapó los oídos y le sacó la lengua. Entonces el ángel se
quedó triste y callado, y al fin dijo, por decirle algo bueno: –Te regalo la
pelota. Juan se puso contento. Angelito no se acordaba para nada del tesoro
encerrado en la pelota. Jugaron los dos un buen rato, hasta que la pelota fue a
parar a un alambrado y allí se desgarró toda contra las púas, que nunca faltan
en este mundo. Juan recogió la pelota y vio sorprendido que de adentro salía
luz. No se animó a romperla del todo pero la desgarró un poquito más y vio algo
que brillaba... Sacó delicadamente un círculo livianito como el aire... un aro
de oro... un hilo redondo y como de miel. –¿Y esto? –Nada, es mi sombrero
–contestó el ángel. –¿A ver cómo te queda? El ángel se puso el halo, que
brillaba como una tajadita de sol. –Entonces, ¿eres un ángel? –dijo Juan.
–Claro, tonto; soy tu ángel guardián.
–¿Y por qué no me lo dijiste?
–Porque es
un secreto. Nosotros nunca decimos nada; ni siquiera se nos Ve.
–¡Qué lástima!
–dijo Juan.
–¿Por qué qué lástima? –Porque si yo hubiera sabido que tenía un
ángel me habría portado bien. –Ahora ya lo sabes.
–Ajá –dijo Juan. Y se fue
caminando despacito, abrazado a los restos de su pelota, mientras el ángel
volvía a su OVNI para seguir cuidando a Juan desde el cielo. En las altas
esferas lo esperaban para amonestarlo por haber revelado el secreto de su
misión. Juan oyó un zumbido, miró para arriba y no vio nada, pero se imaginó y
dijo adiós con la mano. Después fue a su casa, abrió el cuaderno y cuando se
puso a hacer los deberes le salieron todos con letras de oro.
Un angelito canta
y vuela, hace mandados y va a la escuela.
Nadie lo ve ni lo verá y aunque se
vaya se quedará.